Artículo publicado en "El Adelanto" el 15/5/2013
Uno de
los rasgos que menos me atraen de la mayoría de los intelectuales es su neura
por parecerlo y su arrogante suposición de que solo resultan severamente cultos
y esclarecedores los pensamientos
confusos y las posturas extravagantes.
Una vez,
tuve una conversación con uno de esos
intelectuales. Una de estas conversaciones en las que incluso parecen
relevantes los silencios, el tono de la voz o un simple carraspeo.
Mientras
el intelectual hablaba sobre las razones de nuestra existencia, la idiotez
humana, o de lo justo que le parecía el caos y lo ridículo que le resultaban
los planes, yo escuchaba a un hombre que parecía convencido de lo que decía,
con la mirada ligeramente desviada hacia arriba, en un intento de recordar
alguna frase de Nietzsche en la que cimentar sus teorías.
Un
hombre que me hacía preguntas que no esperaban respuesta.
En
definitiva, me parecía estar hablando con un hombre sin manchas de tinta en su
biografía y con una autoestima tan alta que incluso el cielo se le quedaba
corto.
Fue
entonces cuando me empecé a preocupar por la duración de la conversación. A un
tipo así solo lo podría aguantar hablando el mismo tiempo que dura un helado en
verano. Porque fuera del recital y de sus teorías, las vidas sin grietas me aburren tanto como
los coches automáticos y porque la autoestima tiene más belleza literaria a
medida que se pierde, al igual que el mayor atractivo de Frank Sinatra era su
mala reputación.
Al
acabar la conversación me di cuenta de que semejante empalago de
sabiduría, no me fue de gran ayuda para
entender mejor mi vida, ni el motivo de mis errores o el funcionamiento del
mundo.
Me di
cuenta de que ese tipo, que presumía de ser tan coherente, vivía en un mundo
tan filosófico e irreal que incluso acabaría viendo normal cultivar piedras.
No lo
hice, pero me hubiera gustado decirle: “Concebimos
el mundo de manera diferente, a ti te preocupa la razón existencial del ser
humano y a mí me preocupa que mi móvil se quede sin batería. Pero Nietzsche no
tenía móvil. En mi mundo real, lo que preocupa es pagar las facturas a final de
mes, ¿acaso Nietzsche o Platón te van a dar soluciones cuando no puedas pagar
una factura?”
Puede
resultar frívolo dejar de lado la parte filosófica de la vida, pero más frívolo
resulta aún que un hombre sea el seudónimo de pensadores de otros tiempos. Un
hombre que probablemente crea ser conocedor de todo, excepto de sí mismo.
Encuentro
más interesantes a los hombres dudosos y titubeantes, seguramente porque no hay
una sola decisión cuyo acierto no sea el agudo resultado de una incertidumbre,
y también porque la ausencia de problemas no te permite experimentar la
sensación de alivio cuando encuentras una solución.
La
filosofía no está únicamente en los libros. A veces la podemos encontrar en los
errores que cometemos. Sin ir más lejos, yo no hubiera conocido Cádiz de no ser
por coger el tren equivocado.
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