jueves, 8 de diciembre de 2016

A estas alturas de la vida, una se niega a pensar que es esto lo que hay y nada más.
Pura vagancia la monotonía que no cambia ni aunque le prometan que un día la muerte le llegará igual que a todos.

Veía en los ojos de ese hombre una lucha interna por convencer a su angustia de que un día se divorciaría del aburrimiento, de la rutina y se casaría aunque fuera con la ex-mujer que un día mantuvo una relación amorosa con el éxito.

No se como se llamaba, llegaba al Can Rosith como si su gran amada fuese la barra en la que apoyaba mal educada mente sus codos para pedir un irlandés. 
Me sorprendía lo mucho que miraba el reloj, como si su pretensión fuese que los minutos adelantasen a los segundos. 
Tenía la misma desesperación que la de un banquero en el intento de vender planes de pensiones en siglo XXI.
Y quién sabe cual era su motivo. Cuando me pagaba tiraba las monedas justas, como si su parienta fuese la que le controlase las cuentas y esta parecía la paga del recreo. 

Yo, de momento lucho por parecer ante el aburrimiento como aquella mujer en la que ser rubia es una patología con la espesante intención de que el aburrimiento no se pare a intentar seducirme .